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«La niebla y la doncella», Lorenzo Silva

Para mi madre, sobra decir por quГ©
ADVERTENCIA USUAL
La experiencia enseГ±a que conviene advertirlo, y en esta ocasiГіn conviene no menos que en otras: aunque algunos de los lugares que aparecen en este libro estГЎn inspirados, siempre libremente, en lugares reales, los personajes, asГ como los hechos narrados, son por completo fruto de la invenciГіn.
Esta piedra a natural miente uertud
en si de tirar el fierro con muy grand
fuerГ§a. Et pot que semeia grand marauilla
alos que non saben la natura
delas propriedades delas cosas, que
esta piedra, que es caliente et seca,
pueda tirar el fierro que es frio et seco,
dezimos que non se deuen maraui-
llar por ello; casi bien pararen mien-
tes alos dichos delos sabios, fallaran
que todas las cosas que tiran unas a
otras lo fazen en dos maneras; o por
semeiante o por el contrario.
ALFONSO X, Lapidario
CapГtulo 1 UN COCHE ROJO
Siso, con una sonrisita astuta, dejГі el alfil blanco sobre el tablero.
– Me temo que la dama está en apuros -dijo.
Anglada, cuya mirada baja y cuyos Гndices unidos bajo la nariz lo mismo podГan significar concentraciГіn que aburrimiento, observГі apenas durante un par de segundos la posiciГіn que su compaГ±ero acababa de crear. Concluido su anГЎlisis, alzГі hacia Г©l unos ojos brumosos y escГ©pticos.
– Desde luego, tГo, no hay nada tan audaz como la ignorancia.
Los dedos de Anglada se apoderaron de la dama negra y la sacaron de la trampa. De paso, le clavГі a Siso un caballo, aunque sin demasiada fe en que su compaГ±ero se percatase a no ser que pensara en moverlo.
– Joder, Anglada, contigo no hay manera.
– Para ti, no -anotó Anglada, sin piedad.
En ese momento, los faros de un coche surgieron al final de la carretera. Siso se apresurГі a apagar la luz interior del todoterreno.
– Una idea cojonuda -protestó Anglada-. Ahora ese paisano se pensará que estábamos haciendo manitas.
– Hombre, tampoco deberГamos estar aquГ atrГЎs, jugando al ajedrez.
– ¿Y cómo tenemos que estar, quietos y con la mano en la pistola?
El coche llegГі a su altura. Era rojo y venГa quizГЎ un poco mГЎs deprisa de lo corriente, para aquella hora y aquella carretera, aunque sin rebasar ostensiblemente el lГmite de velocidad. Durante la fracciГіn de segundo en que estuvo a su altura, Siso y Anglada pudieron obtener un atisbo fugaz de sus ocupantes: dos individuos cubiertos con sendas gorras de visera.
– ¿Le cazaste la matrГcula? -preguntГі Siso.
– No. ¿Por qué?
– No me da buen rollo.
– TГo, son las tres de la maГ±ana. VendrГЎn de meterse un poco de marcha y puede que alguna cosilla, puestos a pensar mal.
– Razón de más para preocuparnos.
– Vamos, Siso. No parece que se salgan del carril. Tampoco te pases.
– Van hacia el parque. ¿Para qué coño van hacia el parque, a estas horas?
– Yo qué sé. Les parecerá romántico. Hay luna llena.
– Creo que eran dos tГos.
– ¿Y qué más da eso?
Siso, serio, apartГі a un lado el ajedrez magnГ©tico y abriГі la portezuela.
– Seguiremos luego. Vamos tras ellos.
Anglada dudГі durante un instante, mГnimo. Siso era mГЎs antiguo y por tanto el jefe de la patrulla. Si se le ponГa en las narices perseguir a aquel coche, aunque no hubiera ninguna razГіn para hacerlo, a ella le tocaba aguantarse y obedecer. Segundos despuГ©s ya estaba al volante, sacando el todoterreno de la cuneta y enfilando la carretera por la que el vehГculo sospechoso acababa de perderse. Siso, en el asiento del copiloto, habГa adoptado una expresiГіn oficial. A Anglada, cuando no la obligaba a emprender persecuciones absurdas a la luz de la luna, le hacГa gracia aquel guardia. Era el tГpico militarote, chapado a la antigua, aunque apenas pasaba de los treinta aГ±os. Anglada le habГa adivinado primero, y sonsacado despuГ©s en las largas horas de patrulla, una educaciГіn encaminada casi desde la cuna a hacerle vestir de verde y ponerse debajo de un tricornio. Siso, cГіmo no, era hijo del Cuerpo, y depositario de su mГЎs rancia tradiciГіn. Por eso habГa tenido sus mГЎs y sus menos, al principio, para aceptar que su compaГ±ero se llamara Ruth. Pero Anglada se habГa hecho con Г©l sin grandes problemas. En el fondo, Siso era un trozo de pan, un buen chico tan disciplinado como simplГіn.
Avanzaron por el paisaje semidesГ©rtico, entre las montaГ±as. A Anglada le gustaba aquella isla y no le importaba conducir por sus carreteras. Cuando el servicio se le hacГa demasiado pesado, se consolaba admirando las singulares perspectivas que siempre le ofrecГan los flancos del camino. Llegaron a la boca del tГєnel, sobre la que se alzaban unas cuantas palmeras. Durante el trГЎnsito por las entraГ±as de la montaГ±a, la oscuridad se hizo mГЎs intensa y ambos sintieron cГіmo iba descendiendo la temperatura. Anglada, que habГa atravesado ya muchas veces por allГ, no pudo sorprenderse cuando a la salida del tГєnel se vio en un paraje completamente distinto del que habГa al otro lado. El desierto habГa dejado paso a un extraГ±o bosque, hГєmedo e impenetrable, y sobre la carretera se desplomaba una niebla pronto condensada en pequeГ±os chorros de agua que resbalaban sobre el parabrisas. ConectГі los faros suplementarios. Acababan de entrar en el parque nacional.
– ¿Qué hacemos cuando lleguemos a la primera bifurcación?
– Seguir tieso -ordenó Siso.
– ¿Por alguna razón en especial?
– Porque lo digo yo.
Anglada meneГі ligeramente la cabeza.
– Mira, Siso, no es que quiera cuestionar tu autoridad, ni mucho menos tu criterio, pero respetuosamente te digo que creo que estamos perdiendo el tiempo. Nos llevan bastante ventaja y no sabemos adónde van.
– PГsale mГЎs.